domingo, febrero 01, 2015

MI PRIMER DÍA DE CLASE EN…

Iniciar la Maestría en Derecho constitucional en la Universidad Externado de Colombia me llevó a hacer memoria y recordar cómo fue el primer día de clase en los diferentes programas académicos que he realizado en mi vida. Recordé a grandes amigos y momentos que me hicieron muy feliz, y quiero compartirlos con todos Ustedes, y hacer que también ellos los recuerden.

1. El bachillerato
Ser admitido en el Instituto Técnico Superior Dámaso Zapata o Tecnológico no fue fácil. Mi viejo tuvo que hacer una fila desde las 2 a.m. para adquirir un formulario de inscripción. Valían algo así como $2.500 pesos y aunque se vendieron 2.200 había que lucharlos. Él no fue el único en hacer esfuerzos, un curso académico de preparación –financiado por mi mamá– para enfrentar el examen de admisión y hacer de valiente en la entrevista me llevaron a obtener 169 puntos, los suficientes para ser holgadamente uno de los 327 estudiantes de sexto bachillerato.

De ese proceso me queda grabada una imagen muy particular: por alguna razón terminé en menos tiempo del otorgado el examen de admisión (por ese entonces, no era común en mí) y al salir la portería estaba atestada de papás quienes debían abrir un camino a quien iba saliendo lleno de preguntas que uno no podía responder.

Ese día fue el primero en que monte sólo en un bus de transporte urbano. Y creo que en otro de ellos llegue en el mes de febrero de 2001 a empezar el bachillerato en un colegio público de élite. Muchos años después, de esos que jugábamos el popular “virgo-pata” se cuentan numerosos cum laude en carreras como Ingenierías Mecánica, de Sistemas, Civil, Química, Licenciatura en Idiomas y (mi aporte) Derecho (y tantos más que deben existir).

A la llegada de los nuevos estudiantes, un hermano de la comunidad de La Salle estaba parado frente al edificio de electricidad –en el que tiempo después se supo que trabajaba el papá del chivo Vladimir–. Él indicaba que se debía seguir el camino a su izquierda el cual conduce al bloque de edificios orientales, construidos en 1977 a instancia de –no recuerdo qué era para la época– Gustavo Duarte Alemán, primo de mi nono.

Allí identifiqué el salón en el cual yo presente el examen de admisión. Años después no puedo recordar si fue el primero o el segundo de derecha a izquierda del edificio del centro, que estaban a cargo de las profesoras de Español.

A nuestra llegada nos esperaban la Coordinadora Claudia Mantilla y los profesores. Nos hicieron formar según las listas de los doce salones que se conformaron. A mí me correspondió el 6-4, integrado, después de la intromisión de un nuevo estudiante que no figuraba en la lista inicial, por 42 muchachos (mi código ese año fue el 15). Este estudiante se caracteriza por la particular mancha roja que ilumina su frente, una marca de nacimiento según explica. Tiempo después, en abril de 2011, me recibió en su apartamento de Bogotá junto a mi mejor amigo. Viajábamos para asistir al concierto de Slash y quedó tiempo para que nos enseñara la Candelaria, en donde se ubica el Externado, lo que permite moverme con cierta familiaridad en la zona.

Mi directora de grupo fue Gladys Rojas Rojas, profesora de Biología. Su salón quedaba casi al fondo del último piso del edificio derecho del boque oriental. Recuerdo nuestra presentación. Junto a su escritorio se sentó un compañero que con el tiempo llamaríamos Firulais, era pequeño y su apellido comenzaba con B –no recuerdo más–. Yo estaba ubicado en el medio de salón en los puestos traseros. Dos sillas delante de mí, estaba un estudiante que hizo estallar de risa al salón, al responder “Yo” –según creímos escuchar todos– a la pregunta de quién era. Inmediatamente aclaró que se llamaba Jhon, sí Jhon Emerson Dannil Galvis Roa (no me equivoco, tiene tres nombres). Adelante mío estaba, Germán Córdoba Carreño, uno de los mejores estudiantes con los que he compartido clase, responsable y dedicado como ninguno. Años después de no tener contacto directo me preguntó si con mi carnet podía sacar prestado un libro de la biblioteca de la UNAB que necesitaba, no dudé en hacerlo y efectivamente lo devolvió en la fecha prometida.

De sexto bachillerato también recuerdo que en los puestos de atrás de las primeras filas ubicadas a la izquierda del salón, se sentaban dos de los más altos de la clase: Julián Aparicio (más conocido como Malparicio) que en sí era una mole y tan malo como yo para las matemáticas (en la actualidad es Médico egresado de la UIS) y Diego Fernando Lozada Torres (con el que fui al concierto de Slash), que por ese entonces me generaba cierto temor debido a su extraña cabeza que semejaba la punta de una bala y porque afirmaba tener 15 años de edad (según creo, aún lo dice).

También debo destacar a Edwin Maldonado, el hombre calculadora, que se hacía en primera fila en las clases de Aritmética dictadas por Justo Pastor López; y a Carlos Andrés Galvis Gelvis, uno de los más populares del salón debido a su técnica en el fútbol generada por una prodigiosa zurda. En un colegio de sólo hombres destacar en el fútbol era la más fácil manera de hacerse conocer, y lo mejor de él es que le peleaba a Cordobita los reconocimientos de mejor estudiante del salón. Es un grato recuerdo su felicitación cuando obtuve el Diploma de Excelencia como tercer mejor estudiante en séptimo (por delante del odiado y odioso Juan Camilo Megual).

No puedo finalizar sin recordar que 6-4 fue el peor salón del año. Insoportable como ningún otro grupo, Sub-Campeones en el campeonato interclases de fútbol, y el peor académicamente. Esta última calificación fue bien ganada: de los seis estudiantes  que perdieron el año (¡de 327!), tres eran compañeros míos (Acevedo Zapata, Aparicio y Méndez Bayona).

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

FALTA EL PRIMER DIA UNAB Y EL PRIMER DIA EXTERNADO.. ESPERO LOS PUBLIQUES

6:16 p.m.  

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