sábado, febrero 28, 2015

Los [D]ioses del caso Akerman

El debate nacional acerca de la adopción homoparental en Colombia, que no fue cerrado por la Corte Constitucional, dejó una víctima más: el periodista Yohir Akerman.

Él, columnista de un periódico conservador y confesional, en ejercicio de su libertad de prensa escribió en contra del deplorable concepto que la (sic) Universidad de La Sabana emitió oponiéndose a que los homosexuales adoptaran niños por considerar que eran “enfermos”. En ella Akerman cita varios pasajes de la biblia relacionados con “la virginidad, la desobediencia de los hijos, o la esclavitud” (todos ellos del antiguo testamento). Lo hizo para demostrar que de seguir hoy día a pie juntillas los dogmas de la biblia se incurriría en aberraciones. Su conclusión fue una: en esos temas como en el del homosexualismo “dios” –sí, lo escribió en minúscula– estaba equivocado.

Reprocho la expulsión de Akerman y aplaudo que sea recibido por El Espectador, pero debo hacer una aclaración a esa columna: en la biblia no hay un único Dios.

No soy un experto en teología, pero con leer pasajes de la Biblia se observa que hay dos Dioses: uno el del antiguo testamento y otro el del nuevo testamento.

El Dios del antiguo testamento es un ser caprichoso, vengativo, castigador, sanguinario; es el “papá que nos tocó”. Por el contrario, el Dios del nuevo testamento es un ser de luz, de amor, que es misericordioso, comprensivo y bondadoso; es un Dios de amor. Sin duda es "el papá que todo mundo quiere tener".

¿Quién promovió esa mutación? Fue Jesús de Nazareth, quien antes de cambiar al mundo, primero generó una evolución en la comprensión de su padre.

Pero desde que Constantino se soñó con Cristo antes de la Batalla del Puente Milvio, el hombre occidental se ha empeñado en destruir ese Dios amoroso y ha planteado otro que es inquisidor, excluyente, de odio, cercano al del antiguo testamento.

Un amigo me recordaba la acertada valoración de Maquiavelo: “Dios debe ser temido antes que amado”.


Por esto he dejado de ir a misa. Y no, no soy una especie de luterano que cree que puede establecer una relación con Dios sin que medie la iglesia; creo que amar es más importante que orar, como lo ensañaba el padre Camilo Torres Restrepo.

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