martes, abril 10, 2018

Palabras de despedida al profesor Carlos Saúl Pérez


La vida de Carlos Saúl estuvo dedicada a la docencia y en su tránsito por ese camino en el mundo cosechó muchos éxitos. Inició en esa labor desde muy temprano: sus compañeros de bachillerato fueron sus primeros estudiantes. Carlos Saúl no fue un hombre presumido, por eso es que esta historia la conocí de su esposa Vilma, como prueba de una vocación que le permitió a él llevar una vida feliz.

Es por eso que no resulta extraño escuchar que él se permitió educar a familias enteras. Cuando pude tener una mayor relación afectiva con su familia, pude saber que él fue profesor de bachillerato de mi madre y de una tía.

Su formación como matemático le permitió moverse en muchas áreas del conocimiento. En la que más caló fue en la de nosotros los abogados. Desde su espíritu crítico admiraba a muy pocos: a sus colegas Laureano Gómez Serrano, Heriberto Sánchez Bayona, Rodolfo Mantilla Jácome y Jorge Castillo Rugeles, y a su alumno Pacho Casas. Nunca ahorró elogios en reconocer la inteligencia de ellos, al igual que no ocultaba que su etapa profesional más feliz fue cuando su escritorio estaba arrimado a los de Laureano y Heriberto.

Fue un científico toda su vida y fue coherente con su espíritu hasta en los últimos momentos más difíciles. Siempre fue muy humilde con el conocimiento, y denunciaba que en realidad nada se inventaba: todo ya existía, sólo que hacía falta conocerlo.

La grandeza intelectual de Carlos Saúl no se entiende a los 17 años, que es la edad en la que los estudiantes de Derecho de la UNAB lo encontraban en el pregrado. Yo, debo confesarlo, la dimensioné cuando trabajé tiempo completo en la UNAB. Cada vez que visitaba a la Facultad de Derecho quería encontrarme con él, porque lo que empezaba como un pequeño saludo siempre terminaba en una gran lección. Su plática siempre fue amena, y a diferencia de la mayoría de los aburridos abogados abordaba muchos temas.

Sus años finales de vida reflejan lo que dijo Noberto Bobbio en su última lección: al final de la vida lo que se valora no son los éxitos profesionales sino las relaciones afectivas que se pueden hacer con las personas; por eso era un gran anfitrión en su parcela en Piedecuesta. Estaba cansado de aprender y prefería desaprender, según explicaba.

Nosotros los abogados de la UNAB, hemos asistido estos últimos años a la partida de nuestros profesores. Uno más que entra al cielo de los maestros, que es el corazón en sus alumnos.

Pido un fuerte aplauso por la meritoria vida que Carlos Saúl nos compartió.
La vida de Carlos Saúl estuvo dedicada a la docencia y en su tránsito por ese camino en el mundo cosechó muchos éxitos. Inició en esa labor desde muy temprano: sus compañeros de bachillerato fueron sus primeros estudiantes. Carlos Saúl no fue un hombre presumido, por eso es que esta historia la conocí de su esposa Vilma, como prueba de una vocación que le permitió a él llevar una vida feliz.

Es por eso que no resulta extraño escuchar que él se permitió educar a familias enteras. Cuando pude tener una mayor relación afectiva con su familia, pude saber que él fue profesor de bachillerato de mi madre y de una tía.

Su formación como matemático le permitió moverse en muchas áreas del conocimiento. En la que más caló fue en la de nosotros los abogados. Desde su espíritu crítico admiraba a muy pocos: a sus colegas Laureano Gómez Serrano, Heriberto Sánchez Bayona, Rodolfo Mantilla Jácome y Jorge Castillo Rugeles, y a su alumno Pacho Casas. Nunca ahorró elogios en reconocer la inteligencia de ellos, al igual que no ocultaba que su etapa profesional más feliz fue cuando su escritorio estaba arrimado a los de Laureano y Heriberto.

Fue un científico toda su vida y fue coherente con su espíritu hasta en los últimos momentos más difíciles. Siempre fue muy humilde con el conocimiento, y denunciaba que en realidad nada se inventaba: todo ya existía, sólo que hacía falta conocerlo.

La grandeza intelectual de Carlos Saúl no se entiende a los 17 años, que es la edad en la que los estudiantes de Derecho de la UNAB lo encontraban en el pregrado. Yo, debo confesarlo, la dimensioné cuando trabajé tiempo completo en la UNAB. Cada vez que visitaba a la Facultad de Derecho quería encontrarme con él, porque lo que empezaba como un pequeño saludo siempre terminaba en una gran lección. Su plática siempre fue amena, y a diferencia de la mayoría de los aburridos abogados abordaba muchos temas.

Sus años finales de vida reflejan lo que dijo Noberto Bobbio en su última lección: al final de la vida lo que se valora no son los éxitos profesionales sino las relaciones afectivas que se pueden hacer con las personas; por eso era un gran anfitrión en su parcela en Piedecuesta. Estaba cansado de aprender y prefería desaprender, según explicaba.

Nosotros los abogados de la UNAB, hemos asistido estos últimos años a la partida de nuestros profesores. Uno más que entra al cielo de los maestros, que es el corazón en sus alumnos.

Pido un fuerte aplauso por la meritoria vida que Carlos Saúl nos compartió.

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