Palabras de despedida al profesor Carlos Saúl Pérez
La
vida de Carlos Saúl estuvo dedicada a la docencia y en su tránsito por ese
camino en el mundo cosechó muchos éxitos. Inició en esa labor desde muy
temprano: sus compañeros de bachillerato fueron sus primeros estudiantes. Carlos
Saúl no fue un hombre presumido, por eso es que esta historia la conocí de su
esposa Vilma, como prueba de una vocación que le permitió a él llevar una vida
feliz.
Es
por eso que no resulta extraño escuchar que él se permitió educar a familias
enteras. Cuando pude tener una mayor relación afectiva con su familia, pude
saber que él fue profesor de bachillerato de mi madre y de una tía.
Su
formación como matemático le permitió moverse en muchas áreas del conocimiento.
En la que más caló fue en la de nosotros los abogados. Desde su espíritu
crítico admiraba a muy pocos: a sus colegas Laureano Gómez Serrano, Heriberto
Sánchez Bayona, Rodolfo Mantilla Jácome y Jorge Castillo Rugeles, y a su alumno
Pacho Casas. Nunca ahorró elogios en reconocer la inteligencia de ellos, al
igual que no ocultaba que su etapa profesional más feliz fue cuando su
escritorio estaba arrimado a los de Laureano y Heriberto.
Fue
un científico toda su vida y fue coherente con su espíritu hasta en los últimos
momentos más difíciles. Siempre fue muy humilde con el conocimiento, y
denunciaba que en realidad nada se inventaba: todo ya existía, sólo que hacía
falta conocerlo.
La
grandeza intelectual de Carlos Saúl no se entiende a los 17 años, que es la
edad en la que los estudiantes de Derecho de la UNAB lo encontraban en el
pregrado. Yo, debo confesarlo, la dimensioné cuando trabajé tiempo completo en
la UNAB. Cada vez que visitaba a la Facultad de Derecho quería encontrarme con
él, porque lo que empezaba como un pequeño saludo siempre terminaba en una gran
lección. Su plática siempre fue amena, y a diferencia de la mayoría de los
aburridos abogados abordaba muchos temas.
Sus
años finales de vida reflejan lo que dijo Noberto Bobbio en su última lección:
al final de la vida lo que se valora no son los éxitos profesionales sino las
relaciones afectivas que se pueden hacer con las personas; por eso era un gran
anfitrión en su parcela en Piedecuesta. Estaba cansado de aprender y prefería
desaprender, según explicaba.
Nosotros
los abogados de la UNAB, hemos asistido estos últimos años a la partida de
nuestros profesores. Uno más que entra al cielo de los maestros, que es el
corazón en sus alumnos.
Pido
un fuerte aplauso por la meritoria vida que Carlos Saúl nos compartió.
La
vida de Carlos Saúl estuvo dedicada a la docencia y en su tránsito por ese
camino en el mundo cosechó muchos éxitos. Inició en esa labor desde muy
temprano: sus compañeros de bachillerato fueron sus primeros estudiantes. Carlos
Saúl no fue un hombre presumido, por eso es que esta historia la conocí de su
esposa Vilma, como prueba de una vocación que le permitió a él llevar una vida
feliz.
Es
por eso que no resulta extraño escuchar que él se permitió educar a familias
enteras. Cuando pude tener una mayor relación afectiva con su familia, pude
saber que él fue profesor de bachillerato de mi madre y de una tía.
Su
formación como matemático le permitió moverse en muchas áreas del conocimiento.
En la que más caló fue en la de nosotros los abogados. Desde su espíritu
crítico admiraba a muy pocos: a sus colegas Laureano Gómez Serrano, Heriberto
Sánchez Bayona, Rodolfo Mantilla Jácome y Jorge Castillo Rugeles, y a su alumno
Pacho Casas. Nunca ahorró elogios en reconocer la inteligencia de ellos, al
igual que no ocultaba que su etapa profesional más feliz fue cuando su
escritorio estaba arrimado a los de Laureano y Heriberto.
Fue
un científico toda su vida y fue coherente con su espíritu hasta en los últimos
momentos más difíciles. Siempre fue muy humilde con el conocimiento, y
denunciaba que en realidad nada se inventaba: todo ya existía, sólo que hacía
falta conocerlo.
La
grandeza intelectual de Carlos Saúl no se entiende a los 17 años, que es la
edad en la que los estudiantes de Derecho de la UNAB lo encontraban en el
pregrado. Yo, debo confesarlo, la dimensioné cuando trabajé tiempo completo en
la UNAB. Cada vez que visitaba a la Facultad de Derecho quería encontrarme con
él, porque lo que empezaba como un pequeño saludo siempre terminaba en una gran
lección. Su plática siempre fue amena, y a diferencia de la mayoría de los
aburridos abogados abordaba muchos temas.
Sus
años finales de vida reflejan lo que dijo Noberto Bobbio en su última lección:
al final de la vida lo que se valora no son los éxitos profesionales sino las
relaciones afectivas que se pueden hacer con las personas; por eso era un gran
anfitrión en su parcela en Piedecuesta. Estaba cansado de aprender y prefería
desaprender, según explicaba.
Nosotros
los abogados de la UNAB, hemos asistido estos últimos años a la partida de
nuestros profesores. Uno más que entra al cielo de los maestros, que es el
corazón en sus alumnos.
Pido
un fuerte aplauso por la meritoria vida que Carlos Saúl nos compartió.
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