Réquiem por la Abuelita Isbelia
Ha muerto Isbelia Galvis de
Martínez, doña Isbelia, la madre de unos, la abuelita de otros, y la mano amiga
de muchos. Su muerte ha sido justa, tal y como la soñó: sin sufrimientos, sin
estar amarrada a una silla de ruedas ni tirada en una cama, y como tantas veces
lo repetía: “sin hacerle estorbo a nadie”, como si su compañía no fuera siempre
motivo de gozo para sus familiares y amigos. Su amor incondicional hacia Dios y
a su familia, llevó a que partiera de este mundo el mismo día en que nació
Jesús de Nazareth y en la tranquilidad de los brazos de uno de sus nietos más
queridos.
Pero en estos momentos,
debemos celebrar y recrear su vida que ciertamente fue plena, la cual culminó
llena de gozos, satisfacciones y felicidad, pese a que en la primera etapa de
su vida tuvo la fortaleza de afrontar situaciones difíciles: esposa a los 13
años, madre a los 14, huérfana de padre a los 16, y ser madre a los 28 años de
hasta once hijos, a quienes crio en un hogar en el que lo único que sobraba
además del amor eran las necesidades económicas.
Nació en Santo Domingo de
Silos. Aunque su cédula reseña que vino a la vida un 28 de junio de 1935, los
tachonazos que su padre hiciera en el reverso de la primera foto que se tiene
de ella, sembraron la duda de que fue un día antes. De niña destacó en las
lides de las matemáticas, pero su temprano matrimonio la privó de tener una
formación que superara la primaria, como sí la tuvo la tía Elba. Pero la
Abuelita Isbelia sabía muy bien cómo defenderse el día en que la violencia
bipartidista le arrebató a su padre Samuel, el sustento económico de la casa.
De Silos siempre conservó su
fe por la Virgen de la Candelaria, patrona de aquella villa y del barrio
Miraflores. La Abuelita Isbelia fue una católica consagrada y a la vez tolerante
por su origen liberal. Siempre estuvo vinculada a las actividades de la
parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, y en su último mes de vida no dejó
de brindarles un desayuno a los niños que hacían la primera comunión.
La vocación del servicio le
fue innata y la canalizó a través de la política. En una época en que la
sociedad era machista, desarrolló un liderazgo único en su comunidad, del que
todos los aquí presentes somos fieles testigos: en política ella mandaba y su
esposo Luís Alberto Martínez Cacua cumplía. El liberalismo fue su seña
distintiva y su mayor orgullo fue haber sido parte del Movimiento
Revolucionario Liberal de Alfonso López Michelsen; guardaba su trapo rojo con
el lema de “López Presidente”, el cual tuvo que desempolvar en 2006 cuando él
salió a salvar al Partido Liberal de sus momentos más aciagos. Sin embargo,
luego de varios meses de intenso trabajo la convencimos de votar por el
proyecto social de Carlos Gaviria, que era más cercano a lo que fue el MRL. Hizo
política hasta el final de los días, y pese a que decía que ya estaba retirada
su espíritu jamás perdió esa cosa política. Estaba animada por el proceso de
paz, y su muerte le quita un voto al Sí por la paz. Les pido perdón, pero esta
campaña no le puede quedar pendiente a la abuelita Isbelia.
Su vida política le dejó muy
pocos beneficios particulares: podía contarlos con los dedos de una mano y le
sobraban varios. El grueso de los beneficios que obtuvo fue por la comunidad, y
costaba que hablara de ellos.
Vivía llena de orgullo de
los logros de sus nietos, pero lo que mayor le sembraba una sonrisa en su
rostro era el trabajo que realizó en la Conferencia Vicentina. Nunca lo consideró
un mérito propio, pues dejaba siempre en claro que ella sólo era un instrumento
para ayudar a 100 nobles almas. Una rifa al parecer sin pagar, una lista sin
terminar encima del comedor, así como una ropa llegada de San Pío que está
pendiente por clasificar, recuerdan que el trabajo de la Abuelita Isbelia a los
vicentinos era permanente y que debe continuar. Estela, Gerardo, Juan Manuel y
tantos más, en sus manos queda continuar con la labor más importante que la Abuelita
desarrollaba como sujeta social. Si hay algo que permita descansar en paz a la abuelita
Isbelia es saber que sus abuelitos no quedarán desamparados. La labor será
difícil, pero sepan que desde el cielo tendrán un ángel que los acompañará.
La abuelita Isbelia desde
hace muchos años hacía más de lo que su cuerpo permitía. Eso fue posible debido
a que nunca le sobraban bastones o soportes. Carlina, don Juaco, Claudia, Alba
y muchos otros: nuestra familia siempre estará agradecida por las generosas
atenciones que le brindaron a la abuelita Isbelia. Gracias a la tía Alba por
ser una hija más para la Abuelita.
Las cualidades de Isbelita como
familiar fueron excepcionales; una esposa a la que se podía enamorar mil veces
con aquellos versos de José Alfredo Jiménez que dicen: “Las distancias apartan
las ciudades / Las ciudades destruyen las costumbres”. Quiso a todos sus hijos
por igual, estuvieran con ella o vivieran lejos. Tenía nietos preferidos, pero
seguramente todos y cada uno de nosotros tiene recuerdos imborrables de su
amor, enseñanzas y ejemplo, por las palabras de amor y cariño que siempre nos
dispensaba. La Abuelita en vida dejó claro muchas veces que su mayor anhelo es
que luego de su muerte sus hijos se mantengan unidos, sin divisiones ni peleas.
En estos difíciles momentos
recuerdo cuando hace 15 años, la prima Claudia le dijo efusivamente: “¡Ay,
Abuelita, pero si es que cuando tú te mueras Dios te va a decir: doña Isbelia entras
directica al cielo!” Ello es una certeza para todos nosotros. Tenemos así la
posibilidad de seguir amando a la Abuelita por toda una eternidad; nuestros
actos cercanos a Dios serán la medida para lograrlo.
Dejamos partir a la abuelita
Isbelia sin reproches ni reclamos a Dios o a la vida. Tampoco tenemos
remordimientos: le dimos amor sin medidas.
La muerte es una situación
difícil, pero Mariana, Pablo, Sofía, Isabela, Alejandro, Daniel, Esteban,
Luciana, Juan Felipe, Sibelito, Ivón, Leticia y Leafar nos demuestran que en
este mundo hay más posibilidades para la vida que para la muerte, y que Dios nos
da más que lo que nos quita.
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