miércoles, diciembre 13, 2023

Réquiem por el nono Feliciano

 Feliciano, nuestro querido esposo, padre y abuelo, tuvo una vida exitosa. La razón principal es que siempre estuvo rodeado de amor. Esa fue la mayor de sus suertes. En sus primeros años ese amor se expresó en sus hermanas, quienes con sus atenciones lo hicieron que fuera un consentido para toda su vida. Mi padre recuerda cómo ellas le hacían la vida en extremo fácil: si se le caía un lápiz al piso, ellas se lo levantaban; y desde la casa le mandaban el almuerzo hasta el billar para que sus chicos pudieran ser interminables.

Cerrito fue el lugar en donde nació lo que por fuerza de la tradición hizo que fuera un liberal, lo que asumió con integridad. Nunca fue un hombre de pasiones políticas, sobrevivió a la violencia, y décadas después disfrutaba leer El Frente, periódico conservador. No se le conoció enemigos, aunque alguna vez alguien lo quiso matar para cobrar venganza de una falsa acusación hacia su padre, Tato.

De esos primeros años cada vez quedan pocos recuerdos. Hace unas semanas mi padre, a quien ya se le mezclan los recuerdos del pasado y del presente, dijo que él era a quien mi nono más quería porque “A mí era siempre al que me pedía que le trajera su caballo”. Eran largos sus paseos hacia "el mortiñal", al igual que sus faenas en la caza de venados y de palomas. Fue un buen jinete toda su vida, y lo atesoró siempre como uno de sus orgullos.

Feliciano tuvo el privilegio de tener un padre con todas las facilidades económicas, por eso pudo estudiar en Tunja en una época en la que eso estaba reservado para muy pocos y tener siempre trabajados formales. Se pensionó como servidor judicial, en donde alcanzó a ser juez, y esa labor que definirían la vida profesional de nosotros, sus hijos y nietos. 

Desde luego que el Nono Feliciano tuvo errores y afrontó tristezas, como la pérdida de dos de sus hijos. Sin embargo, de todo ello se supo reponer y enmendar. A pesar de que era un hombre de pocas palabras y voz gruesa fue un padre amoroso, y también supo ser de cierta manera una figura paterna para muchos de sus nietos, en especial para Orlando, Camilo, Ana María y Adriana. Tampoco se alejó de los problemas de mi padre y es algo que mi madre siempre agradeció.

Su redención final la encontraría en Tona, pueblito en el que transcurrió la infancia de todos sus nietos. Por eso, siempre yo terminaba por relacionar las historias que leía con Tona, de allí que necesariamente las historias de Macando transcurrieran en sus calles, y la casa de los Buendía era la casa de mi Nono. Es que en ambas había un solar con un cuartico en la parte de atrás, en donde el Coronel Aureliano Buendía hacía sus peces de oro y mi nono guardaba sus sillas de montar caballo.

En Tona superaría su alcoholismo de la mano de Alcohólicos Anónimos. Cada septiembre era un motivo para volver allí y compartir su feliz abstinencia. Pero lo determinante fue que allí conoció a Cecilia y con ella vinieron Ileana y Johanna, seres que le dieron amor y fueron las únicas responsables que mi Nono tuviera una vejez digna. A ellas nuestra gratitud eterna.

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