EL LEGADO DE CARLOS GAVIRIA DÍAZ
Cuando mueren los
grandes hombres, esos que dejan a sus sociedades en mejores condiciones de las que
tenían cuando los recibió, sus amigos, allegados y los cultores de su obra se
encargan de recordar la magnanimidad de sus valores y la importancia de su
legado. Carlos Gaviria Díaz era uno de ellos, y en los próximos días veremos
bellas manifestaciones de reconocimiento y afecto a su vida y obra, que
impactaron positivamente la existencia de muchos colombianos.
No creo poder decir
algo diferente a la apreciación de muchos: fue un gran jurista, como pocos, y
un político como ninguno. Sólo quiero en estas líneas contar un poco de su
influencia en mi vida.
Conocí primero a Carlos
Gaviria como político que como jurista. Mis estudios de Derecho iniciaron en
2007, y desde mucho tiempo atrás –inclusive desde antes de tener conciencia de
mi existencia– me ha gustado la política. Fue así como para las elecciones
presidenciales de 2006, con cuatro años de militancia anti-uribista en mis espaldas, la
candidatura presidencial de Carlos Gaviria se presentó a mí como un manantial en un
desierto de corrupción, poder descontrolado y violación de derechos
fundamentales.
El universo conspiró para que toda mi familia hiciera campaña electoral en favor del Polo
Democrático. Con este partido había de mi parte afinidad ideológica desde
tiempo antes y aún la hay a pesar que no soy su militante (en las
elecciones al Senado de 2010 y 2014 voté, respectivamente, por Javier Correa,
dirigente sindical, y Rodolfo Arango Rivadeneira, profesor universitario).
No se imaginan en
cuantas nos vimos, mi mamá y yo, para convencer a mi abuelita, líder de su
barrio y curtida militante del liberalismo, de las del trapo rojo en mano, y lopista
como ninguna otra desde los tiempos del Movimiento Revolucionario Liberal, para que
votara por Carlos Gaviria Díaz y no por Horacio Serpa Uribe, quien de manera
estoica –como buen santandereano– había aceptado acudir a una tercera derrota
consecutiva en las elecciones presidenciales.
No hubo segunda vuelta
electoral, pero esa campaña de Carlos Gaviria Díaz, de la que fui parte, obtuvo
la máxima votación para la izquierda en toda la historia de Colombia (entre sus
votos no se contaba el mío porque aún no era ciudadano).
Como estudiante tuve la
oportunidad y el deleite de descubrir a Carlos Gaviria como jurista. Aún
recuerdo como lo describió el gran Pacho Casas en el Seminario de Hermenéutica
Jurídico-Penal: “Carlos Gaviria es un liberal del siglo XIX enquistado en el
siglo XXI por su defensa a la autonomía personal y demás libertades”. En
efecto, su defensa, como Magistrado de la Corte Constitucional, de los derechos
individuales y las libertades frente al querer entrometido del Estado fue heroica
en un momento de re-fundación de la cultura jurídica-colombiana.
Sus ideas en materia de
autonomía personal (consumo de droga y eutanasia, el heroísmo de militares y
ciudadanos), familia y principio de igualdad tienen rasgos de universalidad. A
su salida de la Corte Constitucional, el Fondo de Cultura Económica decidió
publicar los extractos de las sentencias en las que fue ponente y sus principales salvamentos de voto, posturas polémicas y audaces, como el título de ese libro “Herejías constitucionales”.
El prólogo del libro
está a cargo de Alfredo Molano. En él señala que desde su época como estudiante
estaba convencido en que “El Derecho… era la doctrina de la Derecha, y… andaba
buscando por aquellos días agarrarme de cualquier certeza para apoyar allí la
palanca con que creía demoler el mundo. Esa palanca era, en aquel entonces, la
sociología”. Reconoce después que las sentencias de Gaviria le demostraron que
el Derecho puede ponerse al servicio de la justicia, con lo que así se
“reivindica la igualdad, y, por tanto, dentro de nuestro sistema político, ello
equivale a estar del lado de los excluidos”.
Si queremos honrar el
legado de Carlos Gaviria Díaz, tenemos que asumir la interminable tarea de
nunca preferir al Estado por sobre las personas.
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