miércoles, abril 01, 2015

EL LEGADO DE CARLOS GAVIRIA DÍAZ

Cuando mueren los grandes hombres, esos que dejan a sus sociedades en mejores condiciones de las que tenían cuando los recibió, sus amigos, allegados y los cultores de su obra se encargan de recordar la magnanimidad de sus valores y la importancia de su legado. Carlos Gaviria Díaz era uno de ellos, y en los próximos días veremos bellas manifestaciones de reconocimiento y afecto a su vida y obra, que impactaron positivamente la existencia de muchos colombianos.

No creo poder decir algo diferente a la apreciación de muchos: fue un gran jurista, como pocos, y un político como ninguno. Sólo quiero en estas líneas contar un poco de su influencia en mi vida.

Conocí primero a Carlos Gaviria como político que como jurista. Mis estudios de Derecho iniciaron en 2007, y desde mucho tiempo atrás –inclusive desde antes de tener conciencia de mi existencia– me ha gustado la política. Fue así como para las elecciones presidenciales de 2006, con cuatro años de militancia anti-uribista en mis espaldas, la candidatura presidencial de Carlos Gaviria se presentó a mí como un manantial en un desierto de corrupción, poder descontrolado y violación de derechos fundamentales.

El universo conspiró para que toda mi familia hiciera campaña electoral en favor del Polo Democrático. Con este partido había de mi parte afinidad ideológica desde tiempo antes y aún la hay a pesar que no soy su militante (en las elecciones al Senado de 2010 y 2014 voté, respectivamente, por Javier Correa, dirigente sindical, y Rodolfo Arango Rivadeneira, profesor universitario).

No se imaginan en cuantas nos vimos, mi mamá y yo, para convencer a mi abuelita, líder de su barrio y curtida militante del liberalismo, de las del trapo rojo en mano, y lopista como ninguna otra desde los tiempos del Movimiento Revolucionario Liberal, para que votara por Carlos Gaviria Díaz y no por Horacio Serpa Uribe, quien de manera estoica –como buen santandereano– había aceptado acudir a una tercera derrota consecutiva en las elecciones presidenciales.

No hubo segunda vuelta electoral, pero esa campaña de Carlos Gaviria Díaz, de la que fui parte, obtuvo la máxima votación para la izquierda en toda la historia de Colombia (entre sus votos no se contaba el mío porque aún no era ciudadano).

Como estudiante tuve la oportunidad y el deleite de descubrir a Carlos Gaviria como jurista. Aún recuerdo como lo describió el gran Pacho Casas en el Seminario de Hermenéutica Jurídico-Penal: “Carlos Gaviria es un liberal del siglo XIX enquistado en el siglo XXI por su defensa a la autonomía personal y demás libertades”. En efecto, su defensa, como Magistrado de la Corte Constitucional, de los derechos individuales y las libertades frente al querer entrometido del Estado fue heroica en un momento de re-fundación de la cultura jurídica-colombiana. 

Sus ideas en materia de autonomía personal (consumo de droga y eutanasia, el heroísmo de militares y ciudadanos), familia y principio de igualdad tienen rasgos de universalidad. A su salida de la Corte Constitucional, el Fondo de Cultura Económica decidió publicar los extractos de las sentencias en las que fue ponente y sus principales salvamentos de voto, posturas polémicas y audaces, como el título de ese libro “Herejías constitucionales”.

El prólogo del libro está a cargo de Alfredo Molano. En él señala que desde su época como estudiante estaba convencido en que “El Derecho… era la doctrina de la Derecha, y… andaba buscando por aquellos días agarrarme de cualquier certeza para apoyar allí la palanca con que creía demoler el mundo. Esa palanca era, en aquel entonces, la sociología”. Reconoce después que las sentencias de Gaviria le demostraron que el Derecho puede ponerse al servicio de la justicia, con lo que así se “reivindica la igualdad, y, por tanto, dentro de nuestro sistema político, ello equivale a estar del lado de los excluidos”.

Si queremos honrar el legado de Carlos Gaviria Díaz, tenemos que asumir la interminable tarea de nunca preferir al Estado por sobre las personas.